Por las comisuras de tus labios suaves se va un año de supuesto olvido. Un beso, sólo uno bastó para tirarle a mi razón esa necia idea de que, amorosamente, ya no eras presente para mí. Para ti fue algo simple, para mí será un volver a empezar.
¿Por qué besar a quién estimas? No te entiendo. No comparto tu idea de cotidianizar un acto noble. Debo añadir que no te comprendo en muchos aspectos, quizá eso provocó la atracción: pretender descifrar tu complejidad.
A veces me pregunto: ¿No un enamoramiento dura sólo unos cuantos meses? Y con agridulce razón tengo que aceptar lo que sabía desde un principio: amar no es lo mismo que enamorarse. Yo te amo. Tú me quieres. Un diminuto detalle que –ahora sé— respeto pero no acepto.
Sé que no te lo has preguntado, pero quiero platicarte cómo pasé mi último año. Claro que esos encuentros contigo doblaban fácilmente mi alegría, la aminoraban poco a poco, sin contemplación y con mucha sagacidad. Ojalá nunca sientas el estar en el momento cúspide de tu alegría y que la culminación, muy a pesar de lo deseado, sea un desalentador beso en la mejilla.
Y sin embargo he preferido eso ha ya no poder verte. Para algunos puede sonar conformista, estúpido y sin razón, pero poco puedo hacer cuando no soy quien decide. Fingí hacerlo y veme: escribiendo la verdad de una mentira que no logré mantener firme.
La coquetería natural siempre ha sido un poder tuyo. Será por eso que con tanta facilidad posaste frente a mis ojos, eso que te idolizan desde casi conocerte, y en un desliz de atrevimiento, acercaste tus labios lo suficiente para tirar todas mis ganas de no amarte.
Ahora no sé lo que viene. De tu parte comprobaste que nada ha cambiado en tu sentir, de mi parte acepté que te amo con esa determinación que sólo pueden tener los no correspondidos. Pero sabes, aún así no reprocho nada de lo sucedido, porque por primera vez, por unos perpetuos segundos, llegué a esa cúspide de alegría que en sueños había creado.
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